martes, 4 de agosto de 2009

TICTAC, TICTAC,TICTAC...CUCÚ

Salí a reciclar el papel y me encontré un cuaderno con las hojas deterioradas por haber sido utilizado durante largo tiempo, le faltaban páginas y algunas no permitían ver claramente lo que se había escrito. Aquellas fechas y datos parecían indicar que se trataba de unas anotaciones en clave muy precisas sobre acontecimientos que, a quien lo escribió, le llenaban gran parte de su vida.
No sé porqué lo cogí y lo guardé para leerlo más detenidamente. Al principio no entendía nada, anotaciones casi a diario y en distintas horas, seguidas de números y letras; un conjunto de letras inteligibles de vez en cuando. Aquel rigor en fechas y horas debía indicar algo importante, al menos para quien lo escribió, pero ¿qué?, -me pregunté en más de una ocasión mientras pasaba sus hojas-. Lo dejé sobre la mesa y allí estuvo esperando varios días.

Ahora pienso que podía haber comenzado de manera más atractiva para un posible lector, por ejemplo: “Mi recuerdo es un reloj de cuco, así es como comienzan unas hojas escritas que encontré cerca de un contenedor…” o bien: “Yo sueño con un reloj de cuco, un poeta con un caballo de cartón. Bueno, no sé si sueño o lo vi alguna vez en alguna casa cuando era joven y me impactó advertir cómo se abría una pequeña puerta que daba paso a un cuclillo que parecía con su presencia detener el tiempo por un instante. No sé si sueño o aquella aparición volátil interrumpía la monotonía del reloj: tictac, tictac, tictac… cucú.”

Ha pasado casi una semana, miro el cuaderno y pienso que podrían necesitarlo, quizás quien lo tirara o llevara allí no tenía la intención de deshacerse de él y lo está buscando. Debo poner un anuncio cerca del contenedor por si lo estuvieran echando de menos. Hago una foto al cuaderno, ahora es tan fácil con estos medios tecnológicos. Lo voy a escanear, se aprecia bien que es un cuaderno y también escanearé una hoja escrita, para que no le quepa la menor duda a quien lo busca de que se trata de su cuaderno con las anotaciones sobre quién sabrá qué acontecimientos. Ya está, junto a las fotos del cuaderno escribo la frase: “si alguien lo busca yo lo he encontrado” y, al lado, mi número de móvil por si quiere ponerse en contacto conmigo para recuperarlo.
Me acercaré al lugar donde lo encontré y dejaré bien visibles en los dos contenedores varias fotocopias que anuncien el hallazgo. A lo mejor nadie lo echa de menos, total es sólo un cuaderno y quizás no sea tan importante lo que está escrito. Desde luego para mí es incomprensible.

Ha pasado un tiempo y no hay señales de vida, no parece importarle a nadie. Quizás me tenía que deshacer de él y olvidarme del asunto. Pero ahí sigue como esperando que alguien pueda contar lo que en él hay escrito.
No sé, no acabo de comprender nada de lo que cuenta. Las anotaciones son casi a diario y a distintas horas, no siempre coinciden las horas; hay letras y números, unas veces juntos y otras veces separados. Pero se repiten las mismas cifras y letras. ¿El autor quería esconder algo o lo hacía así por abreviar? Las fechas y horas están claramente descritas, pero lo que anota en esa hora precisa del día, semana, mes y año no hay quien lo entienda; estará claro para quien lo ha escrito. Espero que alguien lo busque y me llame para que me diga lo que significa todo ese conjunto alfanumérico tan repetitivo. Esperaré un poco tiempo más y si no llaman lo dejaré donde lo encontré. ¡Qué obsesión, casi todos los días y algunos días varias veces!
Esto me ha llevado a pensar en la cantidad de actividades repetitivas que realizamos a lo largo del día sin darnos cuenta. Y poca gente toma nota de esos acontecimientos a menos que no sea necesario por algún motivo especial. Esas anotaciones debían tener una finalidad concreta. Quizás se trate de algún hipocondríaco que anotaba no se qué incidentes referidos a su salud. También se me ocurre alguien que vela por otra persona y da cuenta con todo rigor de lo que sucede. La idea de velar me ha venido por las horas tan intempestivas que aparecen en algunas ocasiones. O puede ser de alguien que tiene que estar de vigilancia en algún lugar estratégico, de ahí las claves.
¡Puede ser un caso de espionaje! No lo parece, es un cuaderno vulgar, lo podría usar cualquier persona. Quizás era así para que pasara más desapercibido. Pero, cómo va a anotar un espía en un vulgar cuaderno algo que tenga que ver con una misión ¡qué tontería!, cargar con un cuaderno por ahí. Llevaría un artilugio de esos nuevos que no ocupan nada y se puede utilizar para casi todo.
Paseo cerca de los contenedores por si veo a alguien buscando algo o se interesa por el anuncio. Los transeúntes pasan de largo, a nadie parece interesarle, no se acercan a depositar nada en ellos. Anoche salí un poco más tarde y he visto que alguien tiraba unos cartones, pero muy rápidamente, no se detuvo a mirar nada. Esperé un rato más y al aproximarme me di cuenta que una de las fotocopias ya no estaba. ¿Se la habría llevado quien escribió aquel cuaderno? No lo sé.
Volví a casa y seguí intentando descifrar aquellos signos alfanuméricos, investigando a qué hacían referencia. No encontraba la manera de poder entenderlos, quizás si mirara en un diccionario qué palabras empiezan por esas vocales y consonantes. Pero si hay una “a”, la búsqueda puede ser interminable. Tengo que encontrar una relación entre ellas, un orden lógico. Algo que me pueda dar una pista.

Me he tomado el asunto del cuaderno como si de un caso fundamental se tratase, me dan ganas de reír, después pienso: no será un asunto de estado o de vida o muerte, pero será importante en la vida de quien lo escribió. Sigue ahí sobre la mesa, es como si tuviera que aclarar o dar a conocer toda esa amalgama de signos que ocurren todos los días, a distintas horas. Empecé a pensar en qué más podía hacer, ya he puesto el anuncio por si alguien necesitase recuperarlo.
Volví a mirarlo, es de lo más corriente, lo podría utilizar cualquier estudiante para apuntes, también se puede utilizar en casa para anotar las compras, pequeña contabilidad o mensajes entre los miembros de la familia y el personal laboral doméstico, si lo hay. Puede ser utilizado en un pequeño negocio para que consten las incidencias diarias con clientes y proveedores. También podría utilizarlo algún miembro de una agencia de detectives “de tres al cuarto”, que debe explicar minuciosamente lo que ocurre en una vida espiada a distintas horas del día. Se puede usar igualmente en la enseñanza para esquemas y preparación de clases y otras charlas. O en una portería, donde constan los que viven o están de paso por el edificio, con los nombres, números de teléfono, cuándo salen de vacaciones, etc. Y en un despacho de abogados cutre, en una empresa de ejecutivos de “medio pelo” y… la lista es interminable.
A juzgar por su apariencia y su poco valor en el mercado no parece que quien lo utilizara lo quisiera guardar de por vida o le diera mucha importancia a lo que escribía o, a lo peor, no podía gastarse mucho en una agenda o dietario de esos tan historiados que se venden en las papelerías a finales del año para que no falte dónde anotarlo todo cuando comience el nuevo año. ¿Lo compraba de esas características para que pasara desapercibido?
Está sobre la mesa de alguien que lo ha encontrado y no puede continuar con otra fecha y hora más del día siguiente al que se escribió por última vez. Sus cuatro hojas en blanco se quedan sin ser usadas. Las podría utilizar para otro fin, pero no me parece justo. Quizás lo estén buscando.
¿Y si, quien lo escribió, sólo se entretuvo con esos datos, como a quien le gusta hacer solitarios o crucigramas, sin finalidad alguna, sólo por llenar el tiempo?
A lo largo de mi vida he visto muchos cuadernos utilizados para anotar actividades muy diferentes. Recuerdo ahora algunos de ellos.

Uno de mis primeros cuadernos fue el escolar, debía tener unos seis años cuando empecé a ir a la escuela; no sé lo que hice con él, quizás doblar alguna hoja y me llevé por eso un buen palo en la cabeza –luego aprendí que quienes abusan del poder actúan así, cuando menos te lo esperas y sin dar explicaciones-, la vida nos lo enseña. Estaba en la escuela y la maestra me dijo que le llevara el palo de la escoba, fui a recogerlo a una habitación llena de trastos entre los que también estaban los útiles de limpieza, conocía esa habitación porque los jueves nos tocaba barrer la escuela. Cuando le di el palo, ni corta ni perezosa, me asestó con él en la cabeza. No entendí nada, me quedé paralizada y volví a mi pupitre. Nunca supe el porqué. Hoy lo estoy recordando y me parece sentir el golpe y el dolor que le siguió después y cada vez que lo recuerdo me pica la cabeza. No sé qué pude hacer tan mal para semejante acto de violencia, ¿doblé el cuaderno? Creo que sin darme cuenta debí doblar alguna de sus hojas.
En aquella escuela aprendí a leer. Las horas de lectura eran por la tarde, eso sí que lo recuerdo bien, formábamos un corro rodeando la estufa y cerca de la maestra, leíamos un libro que nos íbamos pasando de una a otra, ella decidía cuándo cambiaba la lectora, pero, algunas veces, debido a la digestión y el calorcillo de aquel artefacto que nos calentaba gracias a la combustión de palos de madera, a la señora maestra le entraba el sopor (seguramente influía también lo mal que leíamos, aquel coro de niñas aprendiendo a leer debía ser un poco soporífero) y daba una cabezadita. Cuando me tocaba leer y, además, coincidía que ella se dormía, a mí me alegraba mucho porque así estaba más tiempo en la atractiva práctica de la lectura. Era lo que más me gustaba de la escuela, tener un libro entre las manos que me contara historias. En casa no había libros, bueno, sí, recuerdo uno en mis primeros años. Luego hablaré de él si viene a cuento.
Después este acontecimiento lo he relacionado con que no me gustase ir al colegio, si bien más tarde conocí a varias maestras y fue todo muy diferente. Mi madre solía llevarme hasta la puerta y después volvía corriendo a casa para continuar con sus interminables quehaceres domésticos y otros trabajos, pequeños negocios familiares.
Cuando advertía que ella no podía verme volvía para casa y me escondía en la parte de arriba, en las cámaras. Mi escondite favorito y en el que pasé algunos ratos, no muchos porque el acceso y la estancia en él no eran muy cómodos, era el tejado. Me salía por un pequeño ventanuco hasta el tejado, era fácil estar allí sin ser vista debido a la irregularidad en la construcción de la vivienda, ya que los techos no estaban a la misma altura, con lo cual el tejado presentaba altibajos; en aquel lugar resguardada por las paredes de otras estancias que sobresalían del resto me sentaba a pensar y veía, a lo lejos, un largo horizonte. Me parecía inalcanzable llegar hasta allí, aunque sólo distaban unos ocho o diez kilómetros aquellos pequeños montículos, las últimas estribaciones de los montes de Toledo en el pueblo más cercano y que yo podía ver desde aquel lugar, esto lo supe después.
Otro de mis lugares preferidos para esconderme era el pajar, porque allí no subía nadie, sólo subían de tarde en tarde para llenarlo de paja o para ir cogiendo parte de ella, que se utilizaba para los animales o cuando se limpiaban las cuadras y se echaba paja limpia en el suelo para que no oliera mal. Bueno, pues en el pajar también pasé escondida algunas horas de mi infancia. Cuando oía que llegaban mis hermanas de la otra escuela, la de las mayores, salía del escondite y pasaba sigilosamente desde la parte de la casa donde estaba la puerta principal hasta la cocina y el porche que es donde siempre recuerdo a mi madre –todo el día trajinando- y yo le hacía creer que venía también de la escuela. No recuerdo si lo hice muchas veces o si alguna vez me descubrieron porque conservo el recuerdo de esos años vagamente en mi memoria.
En aquel tiempo yo sólo tenía un cuaderno porque lo que nos enseñaban en la escuela eran sumas y restas y la lectura de las cartillas y la escritura de las primeras letras y aquello no daba para más de un cuaderno. Tampoco daba para más la economía familiar, la de mi familia y la de la mayoría de los que vivíamos en esa época.
El primer cuaderno que recuerdo era del tamaño de la mitad de un folio, más o menos, con unas veinte hojas, de color azul claro. En la cubierta anterior -las hojas que servían de cubierta eran más gruesas- con una letra negra cursiva muy bien escrito ponía: Cuaderno, así de subrayado, pero la cursiva más inclinada. En la parte posterior venían las tablas de multiplicar. Las páginas interiores del cuaderno eran hojas en blanco, pero subrayadas a modo de planilla para que no nos torciéramos, pautadas: de una o de doble pauta. Después, cuando nos cambiamos de pueblo conocí otro tipo de cuadernos: de caligrafía, de cuentas. Estos no eran del todo blancos. Pienso que un cuaderno tiene que concebirse en blanco para ser escrito por el usuario a su antojo.

Me he acercado por la zona donde están los contenedores por si veo a alguien que se interesa por el anuncio, lo lee o coge alguna de las fotocopias, pero no veo a mucha gente usar los contenedores. Quizás se deshacen del papel y/o cartón a otras horas, no sé. He estado paseando una media hora por allí, calle arriba calle abajo, y nada. No hay pistas.
He vuelto a casa y he intentado descifrar alguna de las letras, pero qué difícil es. Los números están claros, si es 1, es 1. Y ½ es un medio, o la mitad, como queramos leerlo. Pero las letras se pueden referir a tantas cosas. Lo que está claro es que algo se repite. Es tan monótono el tiempo como las letras que están escritas en las hojas del cuaderno. Es como un pasar las hojas de un calendario donde están consignados todos los días. Se repiten las letras y números, esos signos que no sé a qué hacen referencia. Qué galimatías, lo clarito que debía estar para quien lo escribió y lo poco que me dicen a mí tantas letras repetidas un día tras otro, a veces a distintas horas de un mismo día.
No puedo seguir dándole vueltas y más vueltas, tengo que olvidarme y esperar a que alguien lo reclame y, si no es así, deshacerme de él. Una vez llegó hasta el contenedor y puede volver allí otra vez, sólo tengo que asegurarme de que cae dentro y al reciclado. Dar por concluido el asunto. Espero unos días más y me olvido del cuaderno.

El lugar favorito para esconderme era muy diferente a todos los demás, llegaba allí casi por arte de magia; sin darme cuenta me instalaba en aquella casita preciosa con una verja verde, toda ella rodeada de agua. Era como la casa de muñecas en la que piensan las otras niñas, imagino. Allí pasé los momentos más fantásticos de mi infancia, después fue un lugar recurrente a lo largo de mi vida. Vuelvo una y otra vez a aquellos lugares. Una vez allí todo era distinto porque podía hacer lo que se me ocurría y nadie intervenía, ni para mal ni para bien. Me instalaba cómodamente o no tan cómoda y vivía las más fantásticas e intrépidas aventuras. Ahora recuerdo la línea del horizonte, recortada por aquellos montículos que se veían desde el tejado al que accedía por un ventanuco, ¡qué lejos me parecía aquello cuando sólo había una distancia de unos diez kilómetros! La percepción de la realidad cuando somos pequeños es un poco así, todo parece más grande de lo que después nos damos cuenta que es en realidad. Volvemos a un lugar que vimos en nuestra infancia y solemos pensar que aquello nos parecía de mayores dimensiones. Debí vivir las aventuras más fascinantes en aquella casita de verja verde rodeada de agua por todas partes, pero ahora ya no las recuerdo. Se han quedado suspendidas, como en el olvido de un sueño al despertar. Es como si todo fuera real y todo se inventara a la vez, o más bien nada es real ni nada se inventa, quizás sea que todo está inventado y la realidad supera a la más osada de las fantasías… ya ni sé.


No puedo seguir dándole vueltas al dichoso cuaderno, ahí sobre la mesa increpándome. Salgo a comprar algo para cenar y lo dejo donde lo encontré. Me he acercado al contenedor y me daba tanta pena tirarlo… lo he dejado sobre el contenedor donde estuvo una de las fotocopias por si pasara por allí quien lo haya podido echar de menos. He esperado un rato más y dos personas que han pasado cerca ni caso. Compro todo lo que necesito y vuelvo para casa. Antes de subir voy a mirar por si todavía está el cuaderno. Todavía está, qué obsesión, me pesa un montón la compra y yo comprobando si se lo llevan o no. Me rindo, nadie aparece, cojo el cuaderno y lo deposito dentro del contenedor. Ahora sí, resuelto.
Todavía quedan varias horas para ir a dormir, me siento en mi lugar favorito de lectura, me arrellano y experimento el placer y el sosiego en los momentos más íntimos donde nos permitimos nuestros pequeños caprichos.
No puedo concentrarme del todo, sigo preguntándome quién escribiría el cuaderno que encontré y ahora me parece que no lo debía de haber tirado, que tenía que haber esperado más, por si alguien lo reclamara. Además se me ha olvidado quitar la última fotocopia que todavía quedaba por ahí cerca, en un árbol. Las del contenedor las debieron quitar todas cuando vinieron a vaciarlo. No sé. Lo cierto es que me martillea la idea en la cabeza y creo que debo ir a recuperar la fotocopia.
He vuelto a recoger la última fotocopia con mis datos y no estaba, con lo cual me he quedado muy preocupada, ¿y si ahora me llaman y resulta que ya no tengo el cuaderno? He intentado cogerlo y no lo he logrado, me ha parecido verlo entre otros papeles y algún resto de caja de cartón, pero no podía alcanzarlo con la mano. Todavía está allí. Voy a llevar algo que me sirva para alargar las dimensiones de mi brazo e intentaré de nuevo recogerlo. Necesito una linterna. Si me viera alguien me tomaría por loca.
Después de mucho pensarlo y de planear cómo podía recuperarlo he ido al lugar donde están los contenedores, ahora tantas veces transitado por mí, dispuesta a recuperar aquel cuaderno fuera como fuera. Cuando llegué no había gente por allí, esperé a que se hiciese de noche. Me acerqué al cajón de plástico y habían tirado más papeles, con lo cual ya no lo veía tan bien como antes. El palo de un cepillo al que le puse un alambre para que sirviera de gancho era bastante largo, pero no sabía dónde estaba el cuaderno. La linterna me sirvió para poder ver en aquel interior tan oscuro y, como pude, retiré unos cuantos papeles. El cuaderno volvía a estar visible. En ese momento oigo unos pasos que me sobrecogen porque cada vez se acercan más. Me retiro de aquel lugar, camino por allí cerca. Una figura masculina se aproxima a los contenedores… Volverá a tapar el cuaderno y a estropear mi labor –pensé-, con lo que me ha costado descubrirlo. No, no se acerca al del papel, deposita unas cuantas botellas en el contenedor del cristal. Menos mal, parece que ya se aleja. Ya lo veo de nuevo, menos mal que es un cuaderno de muelles, va a ser más fácil tirar de él.
Otro ruido a mis espaldas, alguien viene. Dejo la labor emprendida y me retiro. Parece que todo el mundo se haya puesto de acuerdo para usar hoy estos depósitos. Esta vez sí, ha tirado un montón de papeles en el contenedor objeto de mi búsqueda. Debería olvidarme del asunto y volver a mi casa. Ahora ya es demasiado tarde, un intento más y termino el trabajo. Lo intento de nuevo, ya no se ve. Dónde habrá ido a parar ahora. No logro verlo. Cuanto más remuevo parece que menos lo logro, es como si hubiera desaparecido. Tengo que utilizar la linterna de nuevo, tranquilizarme, no se ve nada, intentaré meter la cabeza un poco más y usar la linterna y el palo a la vez.
Pero qué estoy haciendo, debo olvidarme. Si alguien me viera tan agitada con linterna y palo en mano pensaría que he perdido un documento vital. Eso, si alguien me viera y llegara a preguntarme le diría que me parece que he tirado un documento al reciclar el papel y que intento recuperarlo. Menos mal, ahora no oigo ruidos, los coches que pasan no se detienen. Me acerco de nuevo e intento introducirme un poco más adentro para poder mover mejor el palo y ayudarme con la luz de la linterna. He encontrado, en unas obras que hay por aquí cerca, un gran bote de pintura que me sirve de apoyo para llegar hasta el fondo del contenedor y removerlo todo. Ahora sí, en esta postura llego a todos los rincones. Remuevo de un lado para otro y al fin lo veo de nuevo, ahí está. Ahora sólo tengo que tratar de sacarlo hacia mí para cogerlo con las manos y que no se me escape. Un tramo más, lo tengo a unos centímetros, ya está, lo he cogido. Calma, tienes que salir de aquí, la postura a la que has sometido al cuerpo para rescatar el cuaderno no te ayuda en nada a retroceder sin hacerte daño. ¡Cuidado!, suelta el palo, ya no lo necesitas y, si es necesario, la linterna también. Poco a poco, atenta a los pies, no olvides dónde estás apoyada. No pisas suelo firme. Me ayudo con las manos, saco la cabeza, ya está. Veo la luz de la farola. Tengo el cuaderno en una mano y hasta la linterna en la otra. Es el mismo cuaderno.
Llego a casa y lo dejo de nuevo sobre la mesa, donde se tenía que haber quedado y no salir de aquí.
Estoy de nuevo en la calle, no es el primer cuaderno que encontré, voy otra vez al contenedor. Sigo buscando, menos mal que sigue ahí el palo para remover los papeles y no está muy lleno el cajón, intento coger el palo del cepillo de barrer con el que me ayudé antes y no lo alcanzo, un estiramiento más y doy de bruces contra el fondo del contenedor. Antes de poder comprobar si me duele alguna parte de mi cuerpo al ser maltratado al caer, oigo unos pasos y no me da tiempo ni a reparar en ello. Alguien se acerca. Una linterna me ciega y ríe a carcajadas un señor al que no logro ver la cara porque él consigue cegarme con el foco de luz procedente de su linterna. Sus carcajadas retumban dentro del depósito de plástico. No puedo más, va a conseguir que me estallen los tímpanos…
¡Estoy soñando! Me despierto aterrada por el sueño y me levanto para beber agua, tengo la garganta seca, empezaba a gritar y me han despertado mis propios gritos. Mi cuaderno sigue sobre la mesa junto al ordenador. ¡Ha sido un sueño!

Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia, es un sueño.

2 comentarios:

viky frias dijo...

He leído con gusto el relato
hasta descubrir la intriga.
Se trata de un cuaderno
que tiene mucha miga:
hay claves misteriosas,
infancia soñadora
y el palo de una escoba.
Lo demás,
quien lea hasta el final
lo averiguará.

LA PEQUEPANDI dijo...

Mercedes, eres genial. He estado hasta último momento intrigada, jijiji. Sea real o sueño; igual que quiero ver las casa de las 7 chimeneas cuando vaya, tambien quiero ver ( si es que existe), ese famoso contenedor.
Al igual quiero decirte, que al expresar momentos de tu niñez, me sentía como viéndote,a una niña pequeñita, tímida, pero al mismo tiempo todo-terreno, viviendo su propio cuento.
Miles de besos. ANA.