Ferdinand Georg Waldmueller
Llegaron las vacaciones navideñas
y, como otros años, decidimos marcharnos a la casa que tiene un amigo en las
montañas.
El viaje fue agotador, estábamos
cansados, pero debíamos poner en orden la vivienda antes de instalarnos allí.
Acabamos lo antes posible para
salir a echar un vistazo por los alrededores; después de una hora nos dirigimos
de nuevo a la casita.
Aquello parecía otra cosa, el
calor que desprendía la lumbre conseguía que se sintiera uno como en su hogar.
Mis amigos y yo habíamos hecho
muchos planes, lo pasaríamos muy bien.
Teníamos ganas de estar solos, de
pasar la noche sin dormir, hablando horas y horas frente a la chimenea contándonos
miles de historias, sobre todo de miedo. Nos atraía de forma especial lo desconocido.
Empezábamos con unos cuantos
chistes y contándonos las aventuras más divertidas que nos habían ocurrido con
los amigos o lo sucedido en el colegio. Luego, entrada la noche, cuando nos
encontrábamos casi apiñados cerca del fuego flotaba algo misterioso en el
ambiente.
Hablábamos más despacio, se nos
notaba el miedo, nuestros ojos brillaban más e incluso parecía que disminuyeran
nuestros cuerpos al acercarnos tanto los unos a los otros. Nadie quería que los
demás pensaran que era un cobarde y nos reíamos para demostrar nuestro valor.
Pero las carcajadas nerviosas nos delataban más todavía.
La noche, las historias y la
atmósfera que habíamos creado nos ponían en tensión. Empezamos por recordar
películas de miedo, después hechos que nos habían contado, y nos empeñábamos en
asegurar que eran verdad historias que nosotros mismos nos imaginábamos.
Se oían frases como:
“Te acuerdas cuando el
protagonista corría, iba a ser alcanzado y sonaron las campanadas del reloj…”
“Y aquella horrible criatura que
emergió del fondo del mar…”
“Me contaron que a mi abuelo se
le apareció…”
“Y dicen que es verdad eso que
ocurre cada vez que…”
Nos esforzábamos por seguir allí
unidos, mas el sueño terminaba venciendo nuestros deseos.
Javi, al que le habían dejado la
casa sus padres, se decidió al fin y ordenó la retirada. Los camastros estaban
preparados para recibir nuestros agotados cuerpos.
-Vosotros: Fofi y Vicen os vais a
acostar aquí, José Antonio y yo en esta otra habitación, -dijo Javi.
Cuando acompañé a Vicen a la cocina para beber agua vimos un ser
repugnante debajo de un mueble, era como si estuviera acechando nuestros
movimientos. Grité, grité tanto que los demás se asustaron y vinieron
corriendo. Fofi se reía después y Javi dijo que si me asustaba de una araña.
No acabábamos de conciliar el
sueño, una vez acostados se oían algunos comentarios y risitas forzadas que
venían de la habitación de al lado.
Se durmieron todos, solo quedaba
el silencio aterrador de una noche oscura en un lugar apartado entre las montañas.
Creo que me dormí…
Estábamos contentos, el día
resultó genial. Pero un acontecimiento imprevisto nos jugó una mala pasada.
Todo estaba tan oscuro. Oímos ruidos poco conocidos, no podíamos distinguir de
dónde procedían, ni quién o qué los produjera.
De momento, no le dimos
importancia, pero cada vez se hacían más patentes hasta el punto de
sobrecogernos, estábamos realmente asustados.
Fofi, que era el más valiente,
salió al exterior y alumbró con la linterna hacia la oscuridad. No vio nada.
Javi subió al piso de arriba acompañado por Vicen para comprobar si venía de
allí ese espantoso ruido. Yo me dediqué a mirar a través de las ventanas, el
exterior aparecía como si fuera una enorme mancha negra, no se podía distinguir
nada. Aterrorizados nos reunimos de nuevo para buscar una explicación lógica a
todo aquello que nos estaba ocurriendo.
Era como un gruñido animal o un
quejido humando o podría, incluso, proceder de un aparato mecánico grabado a
propósito. Lo que ocurría es que cada vez lo oíamos más cerca… y eso nos estaba
poniendo los pelos de punta y los nervios a flor de piel.
Por aquellos parajes sólo
estábamos nosotros. Tratamos de calmarnos unos a otros, de armarnos con objetos
contundentes o terminados en punta. Nos preparábamos para cualquier acontecimiento.
Cada vez se oía más cerca, pero no veíamos nada ni a nadie. ¿Contra qué íbamos
a enfrentarnos? Lo que sí era cierto es que el sonido procedía del exterior.
Cogimos las linternas para salir,
dirigíamos el foco luminoso a varios puntos. No se veía nada. De pronto cesó el
ruido. El silencio fue más espantoso si cabe. Emití un grito aterrador.
-¡No!
Sentí que me oprimían muy fuerte el
pie y tiraban de mí, me agarré al brazo de uno de mis amigos, creo que era
Vicen y él tiró a su vez de Javi. El extraño ser nos arrastraba con gran
fuerza.
Nuestras fuerzas empezaron a
flaquear, llegó a tiempo Fofi y dio un fuerte golpe a esa enorme masa, me sentí
libre de la trampa en la que había caído.
Casi no podía caminar, me arrastraron
hasta el interior de la vivienda.
Una vez allí, examinamos mi pie
por el lugar que había sido oprimido para encontrar una pista, cualquier
indicio. Fue inútil. Por las señales que habían provocado en mi pierna parecía
que había sido atrapado por unas grandes y resistentes pinzas. El dolor era
insoportable.
Javi sacó el botiquín de primeros
auxilios, pero no le había dado tiempo a levantar la tapa cuando se abrió la
puerta de golpe.
No entró nadie, aparecía un fondo
oscuro, era noche cerrada. El ruido seguía allí. Vicen estaba tan asustando que
no pudo más y gritó.
-¡Por favor! ¿Quién está ahí?
Y todos nos unimos con él
desesperados para tratar de calmar a nuestro visitante, de hacerle saber que no
íbamos a hacerle daño.
-Conteste, ¡por favor! -Decía
Javi.
-Nosotros no le haremos daño,
–aseguró Fofi.
Creo que aquella persona o animal
que estaba fuera sabía que no podríamos hacerle nada.
-¿Qué pretende? –Me atreví a
preguntar.
No obtuvimos ninguna respuesta.
Se había levantado viento, podía haberse abierto la puerta por ese motivo.
Seguro que mi pierna había sido atrapada por un cepo o había pisado entre
algunos matorrales y se había enredado entre ellos. No estábamos muy
convencidos de nuestras suposiciones, sólo eran para tratar de calmarnos. ¿Y el
ruido?, pensábamos, ¿y aquella fuerza que tiraba de nosotros?
La noche produce ruidos muy
extraños, pero aquel se oía cada vez más cerca.
Ahora parecía que estaba en el
piso de arriba, se arrastraba un cuerpo o eso era lo que nosotros podíamos
sospechar.
La puerta seguía abierta. Se
acercó apresuradamente hasta ella Javi y la cerró. Apoyó la espalda en ella y respiró
profundamente.
Yo seguía sentado en el suelo, mi
pierna empezaba a entumecerse, la hinchazón iba en aumento, aparecía y
desaparecía, sentí que me desmayaba…
El cuerpo de arriba seguía arrastrándose
y el ruido se oía más cerca, pero más suave, parecía como de satisfacción.
Nos situamos en el rincón opuesto
a las escaleras, nos preparábamos para cualquier eventualidad.
Se oyó caer un objeto pesado
arriba, debía haber tropezado con algún obstáculo.
El viento soplaba cada vez más
fuerte, el extraño ruido se oía más cerca… lo sentíamos en la parte de arriba.
Nos acercábamos más el uno al
otro, no sabíamos lo que podríamos hacer.
Vimos que mi pierna empeoraba.
¿Cómo íbamos a enfrentarnos a aquello?
Nuestras caras reflejaban el
espanto propio de quienes están en peligro, lo que sentíamos lo mostraban
nuestros aturdidos movimientos.
Aquel ser extraño estaba cerca de
la puerta que daba a la escalera, en cualquier momento aparecería.
Y de pronto.
Vimos un enorme y horrible bicho
asomarse al principio de las escaleras, y yo no podía moverme. Mis amigos
corrieron hacia fuera instintivamente. Me encontraba ante un animal espantoso.
Di un salto a la vez que grité:
-¡No!, no me dejéis…
Alguien encendió la luz y trataba
de calmarme, había estado soñando.
Me animaban porque no pasaba
nada, pero estaba sudando en medio de aquel frío invierno. Mi voz salía
entrecortada. Me miré la pierna, estaba bien, menos mal.
Empecé a contarles mi pesadilla y
se reían al verme tan asustado.
-Era como una gigantesca araña,
el ruido era terrorífico, -les decía- y vosotros querías huir. Pero yo no podía
correr.
-Estamos aquí –dijo Javi- ¡venga
ya, tengo sueño!
Vicen quería que siguiera
contándoles. Y seguí a duras penas hablando para explicarles mi pesadilla y
para que se me fuera un poco el miedo que todavía perduraba.
-No vamos a poder contar
historias de miedo, -decía Fofi.
Traté de imitar aquel extraño
ruido para que ellos apreciaran lo espantoso que fue, lo tenía grabado en mi
mente. Se rieron de mí…
Nadie se había movido, de eso
estábamos seguros, seguíamos aquí los cuatro. Y ahí fuera un ruido aterrador
irrumpió en el silencio de la noche. Nos dimos cuenta que en este momento
comenzaba la verdadera historia.
1 comentario:
Cuánta imaginación teníamos en la niñez.
Nada de lo temíamos ocurrió, probablemente,
pero la vida nos trajo acontecimientos
que nos hicieron encanecer
y recordar con benevolencia
aquellos antiguos y mínimos terrores.
Publicar un comentario