jueves, 21 de febrero de 2013

LA CONDESITA

                                      Dolores Juliano





La condesita era una niña con unos preciosos ojos y miraba sorprendida a todo cuanto aparecía a su alrededor. Pero se encontraba aislada frente a ese mundo maravilloso que veía. Miraba horas y horas a través de las ventanas, de las ventanas fijas y de las ventanas móviles, para ver aquel exterior tan apetecible al que salía tan pocas veces. Se sentía atrapada entre los muros de la vivienda que la acogía, en el coche que la transportaba al colegio, en los aviones que la habían llevado a visitar otros países.
Observaba el universo desde los lugares que se le habían asignado. Un mundo que no podía conocer de otra manera y le daba vueltas y vueltas a esta idea. La realidad se le presentaba como mágica, de la que no podía disfrutar. Se sentía limitada en esa sociedad a la que pertenecía.  Y lo pensó en varias ocasiones.
Una mañana se despertó, desayunó con sus padres. Sus padres le dijeron que tenían que salir unos meses de viaje y habían decidido que ella no los acompañaría esta vez y que la trasladarían a la finca donde vivía la abuela. Se quedó un poco triste porque no los vería durante el tiempo que estuvieran lejos. Dos días más tarde la llevaron junto a su abuela, se despidieron y se marcharon dejándola allí,  en la vivienda que tenían en el campo.
La condesita se quedó con la abuela y los  trabajadores al servicio de aquella inmensa mansión. Los primeros días transcurrieron como otro día cualquiera cuando estaba de vacaciones, pues era verano. Una de las tardes que miraba por la ventana vio a niños y a niñas jugando por los alrededores. Y, como su abuela le había dicho que saldría a visitar a una de sus amigas, aprovechó la ocasión para salir de la casa, atravesó el jardín y caminó hasta llegar junto al grupo de niños que había visto algunas veces desde el interior de la vivienda. Se acercó a ellos y les preguntó sus nombres, les dijo el suyo. Una vez presentados los componentes del grupo la invitaron a que se uniera a ellos para jugar y se dio cuenta de que había sido admitida, excepto por uno de los muchachos. Tuvo que esperar hasta que una de las chicas intercediera por ella diciendo que era otra amiga y que la tenían que dejar jugar.
Reían, saltaban, corrían y se entretenían de manera divertida; de forma algo diferente a  como jugaba con sus compañeras del colegio. Elegían los juegos sin demasiado orden: saltaban o se escondían y alguien iba a buscar a los demás, algunas veces corrían unos tras otros… se reían, se empujaban, se enfadaban y hacían las paces e incluso se abrazaban entre ellos de una manera desenfadada y sin ñoñerías.
Se dio cuenta de que tenía que regresar a casa y les dijo que volvería otro día. Le contestaron que estaban encantados, que podía jugar con ellos cuando quisiera.
Se encontraba tan emocionada que solo pensaba en lo que había vivido, en su habitación se miraba a sí misma y a todo lo que tenía a su alrededor. Recordó lo bien que se lo había pasado sin necesidad de utilizar tantos juguetes, comprobó que  aquellos nuevos amigos salían al campo a divertirse y se lo pasaban muy bien. Estaba un poco preocupada porque le sería difícil volver a salir fuera sin antes habérselo contado a su abuela  y tendría que pedirle permiso para poder  repetir la experiencia.
Cuando llegó una de las señoras del servicio a su habitación para llamarla, pues la cena estaba servida, le contó que había salido al campo y que  había estado jugando con los niños y niñas que veía desde su ventana. La criada le preguntó que si no conocía a esos muchachos y ella le dijo que antes no, pero que ahora eran sus amigos. La señora sonrió porque dos de aquellos chicos eran su hijo y su hija y, los otros,  los hijos e hijas de algunos de los labradores de aquellas tierras.
-¿Vuestros hijos? –preguntó sorprendida porque ella se acababa de enterar.
-Sí, nosotros vivimos en esa casita de ahí y los otros en aquellas que se ven un poco más lejos, los chiquillos salen a divertirse todos los días, puedes unirte a ellos, pídele permiso a tu abuela, seguro que aceptará. 
Se lo contó a su abuela y, aunque le dijo que tendría que habérselo dicho antes y se enfadó un poco; no obstante, la abuela pensó que su nieta era tan traviesa como había sido ella de pequeña y le dio permiso para poder salir unas horas al día con sus nuevos amigos.
Al día siguiente, al ver que la pequeña se alejaba para reunirse con los amigos sonrío con ternura, comprendía que los cuentos que ella le contaba mientras la sentaba sobre su regazo ya no eran suficiente, que la pequeña estaba creciendo.
A partir de aquella tarde salió todos los días a entretenerse con sus amigos, le enseñaban otro tipo de juegos y la llevaron a lugares que ella no conocía, aunque formaran parte de las tierras del condado. Le mostraron algunos animales que ella había visto en  los libros, le explicaban como se reproducían, incluso pudo asistir al nacimiento de algunos cachorros. Le hablaban de las plantas y de las flores de aquellos parajes. Le explicaban que cuando salen muchas hormigas en fila y van cargadas hasta su guarida era porque llovería o habría tormenta. Observaba que la relación con algunos animales era diferente a la que había visto en la ciudad. Y se bañaban en el río, en una parte acotada del río para chapuzarse en el agua.
Simpatizó especialmente con los hijos de los guardeses, los que vivían más cerca de la vivienda de la finca, sobre todo con la niña que era de su misma edad. Pudo comprobar que algunas de las chicas que viven en el campo comparten con los chicos juegos que ella consideraba de chicos. Su amiga la puso al corriente de todos los que vivían por allí, hablaba y hablaba sin parar. Siempre le estaba contando historias de aquellas gentes, de sus costumbres.
También supo de las necesidades que pasaban algunos campesinos pobres porque no había prosperado la siembra por falta de agua y habían visto mermada la cosecha prevista. De las enfermedades que padecían los habitantes de aquellas tierras y de su poca oportunidad para sanar por falta de personal especializado. Conoció a algunos niños y niñas que no iban a la escuela porque tenían que ayudar a sus padres desde muy temprana edad. Vio trabajar a algunas mujeres que no descansaban casi nunca y  también vio a algunos hombres que se reunían en la plaza del pueblo o en la taberna después de la faena.
A lo largo de unos años, durante las vacaciones, compartió algunas horas al día con aquellos niños que vivían cerca de su gran casa de campo porque los padres de aquellos chavales trabajaban para su familia. Todo este tiempo vivido junto a aquellas gentes fue de vital importancia en su niñez y adolescencia y le ayudaría a actuar en la vida de manera distinta a como tenía que haberse comportado por su condición social.
Y así, la condesita conoció a aquellas personas humildes que también formaban parte de su existencia.
Pasaron los años, terminó sus estudios y, desde su profesión, no dejó de denunciar injusticias y trabajar para conseguir un mundo más igualitario. Pues todas esas temporadas que vivió junto a aquel grupo de chavales fueron un recuerdo inolvidable.


 M. Godúver

jueves, 14 de febrero de 2013

PPIINA




‘El permiso de paternidad’. 
Vídeo del programa ‘Para todos la 2’ de TVE emitido el 16 de enero de 2013, en el que la PPiiNA, representada por María Pazos, habla sobre los permisos iguales e intrasferibles, esa autovía directa (sin peaje) hacia la igualdad real. La acompañan Irene Lapuerta y Aharón Fernández de AHIGE
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