lunes, 30 de julio de 2012

EL CABALLITO VOLADOR






Con un caballito blanco
el niño volvió a soñar,
y por la crín lo cogía...                                                     
 (Antonio Machado)




A unos cuantos kilómetros del pueblo se veía una pequeña casa. Las personas que la habitaban eran dos, una señora y un niño: madre e hijo.
La diminuta vivienda los acogía lejos de amigos y parientes. Aquellos parajes grandiosos, bonitos, ¡tan verdes!, eran suficiente para que estos seres vivieran contentos.
El agua descendía por los insignificantes cauces de la montaña, viniendo a desembocar en un remanso claro, dulce, fresco y limpio.
Los altos y frondosos árboles sombreaban el lugar. El cielo, esa inmensa capa de tonos azules, blancos, grises; siempre impenetrable.
Comenzaba un nuevo día, Pilar procuró hacer los trabajos más duros antes de que se levantara Gonzalo, él quería cooperar en todo.

                                           “El niño se despertó”

-Mamá, ¿por qué no me llamaste?
-Ven, pequeño, colócate bien la camisa, todavía puedes ayudarme. Vamos a regar las plantas.
Terminadas las faenas, Gonzalo podía irse a jugar.
Bebió apresuradamente un tazón de leche. Corrió hasta su lugar favorito.
Miraba el azul del cielo, el verde de la vegetación, el colorido de las flores. Oía el piar de los pajarillos, el correr del agua, el sonido interminable de la naturaleza. Y vio unas lindas mariposas que volaban cerca de él.
Todo aquello lo conmovía y se sentía feliz, corría de un sitio para otro, observaba la vida de los diminutos insectos. Terminaba extenuado. Se dirigía hacia un frondoso árbol bajo el que solía descansar, allí se tumbaba en estado de reposo.

…Todo le daba vueltas. De pronto vio venir un caballito blanco, parecía como si flotara, no dejaba huella en la hierba.
Podía subir sobre el lomo, el animalito estaba cerca y lo invitaba a que montara sobre él.
Se sintió emocionado. ¡Tenía un amigo para jugar! Se agarraba a la crin, pero suavemente, no fuera a dañarlo. El caballo se movía, galopaban. En un momento se alejaron de allí, no sabría decir cuánto habían cabalgado, volado más bien.
Lo transportó a un lugar desconocido y se encontró con muchos niños, todos parecidos a él, lo esperaban para jugar. Le ofrecieron extraños objetos que pretendían ser juguetes. ¡Era un mundo tan nuevo! Varios chicos y chicas lo cogieron de la mano y lo llevaron junto a los demás, el gesto le encantó.
Cuando estuvo junto a ellos todos querían saludarlo.
-Un nuevo amigo –decían.
Dos de los niños, un poco más altos que el resto, comenzaron a caminar seguidos por todos los que estaban allí. Llegaron a un inmenso lago, vio una gran barca que se aproximaba a la orilla, subieron a la barca. Navegaron horas y horas, mientras tanto se entretenían con juegos divertidos que él no conocía.
El paisaje le proporcionaba una sensación de júbilo. El niño se sentía muy contento. Todo cuanto veía estaba como dispuesto para su dicha.
Y por fin, entraron en una oscura cueva, después de un rato les sorprendió una potente claridad. Sí que se estaba bien –pensó-, había de todo y no necesitaba nada.
Los niños se organizaron en grupos y uno de ellos se dirigió a Gonzalo para decirle que se reuniera con los del número cinco.
Tenían que realizar un trabajo muy fácil. Por la mañana despertaban al sol y con sus risas lo tenían todo el día ocupado, radiante, hasta que llegaba la noche y lo dejaban descansar. Entonces se dirigían hacia el lecho de la luna y la despertaban para que velara durante la noche mientras el sol dormía.
Ahora comprendió Gonzalo por qué no veía nunca juntos al sol y a la luna.
Puesto que era muy curioso quiso que le enseñaran lo que hacían los demás grupos.
Aceptaron los niños y lo dejaron pasar al número cuatro.
Este trabajo no parecía complicado, tenían que mantener llenos de agua los mares, ríos, lagunas… y que las montañas permanecieran en su sitio, que reinara la armonía entre el agua y la tierra. Unos grandes depósitos contenían agua y caía hacia abajo cuando abrían las compuertas. Ellos sabían bien el agua que se necesitaba.
Gonzalo no llegó a entenderlo del todo, le pareció difícil que luego se repartiera por todas partes; por unas más por otras menos.
Sin pensarlo más pidió que lo llevaran hacia aquellos que colgaban el número tres. Estos eran unos niños más especializados, las tareas empezaban a complicarse. Vigilaban todas las plantas del universo, cuidaban de que siguieran viviendo, que ninguna especie desapareciera, que las flores salieran en la misma temporada, que el fruto no se malograra. Y así, comprendió que existieran tantas y bonitas plantas. Pero se preguntaba por qué, a veces, se estropeaban, cuando estos niños las cuidaban tan bien. A pesar de tantas cuestiones sin responder quiso que lo llevaran donde estaban los del número dos. Son muy listos –pensó- conocían todas las especies del reino animal y se ocupaban de su conservación con mucho mimo.
Velaban por los más pequeños, seguían su proceso vital para que nada les ocurriera. Si alguna vez morían los padres, ellos cuidaban más detenidamente de esos animalitos huérfanos.
Este trabajo le pareció aún más difícil que los anteriores y, aunque no lo tenía nada claro –no lo que ellos hicieran sino lo que después sucedía en ese mundo que cuidaban-, ¡era todo tan distinto a lo que ellos pretendían!, les dijo que le mostraran el grupo número uno.
-A éste no lo podrás ver –dijo uno de los niños más altos.
-¿Por qué?
-Solamente uno se encarga de velarlo, pero sin trastocar nada.
-¿Qué es lo que vigila?
-A los hombres.
-¿A todos?
-Sí.
-Entonces verá a mi papá.
-Claro.
-Y no podrías pedirle, por favor, que me dejara verlo.
-No creo que sea posible.
-Si yo sólo quiero verlo para saber cómo está.
-¿Es que no vives con él?
-No, se fue a trabajar y vive muy lejos de casa.
-¿Hace mucho tiempo que no lo ves?
-Muchos años.
-Quizás acepte si se trata de tanto tiempo para ti.
El niño que había estado hablando con Gonzalo se dirigió a una de las puertas de la inmensa sala y desapareció tras ella. Después volvió con una pequeña bola de cristal en la mano y se la entregó a Gonzalo.
-¿Qué es esto? –le preguntó.
-Si la miras con atención podrás ver a tu papá.
-Gracias, sabía que me dejaría verlo.
Se puso muy contento cuando vio a su papá. ¡Es mi papá! –gritó emocionado- pero se entristeció porque estaba entre muchos otros hombres con caras tristes, malhumorados.
-¿Por qué si cuidáis tanto del universo no sale bien? –le preguntó al niño que lo acompañaba.
-Eso nos preguntamos nosotros y el secreto está ahí dentro. El número uno vigila a los hombres, pero les deja que hagan lo que quieran porque dice que son libres y los ama mucho. Y ellos, no saben valorar el gran regalo que se les da.
-¿Podríais hacer algo?
-No, nosotros no.
Vio venir al caballo blanco, se vio sentado sobre él y voló muy de prisa, era acariciado por el viento.

                                          “¡El caballito voló!”

Pilar estaba preocupada porque no había vuelto Gonzalo. Salió de la casa y se dirigió hacia donde su hijo solía jugar, lo llamaba repetidas veces: Gonzalo, Gonzalo…
De pronto lo vio tendido bajo un árbol, dormía plácidamente, una de sus manos la tenía metida en el bolsillo y la otra suavemente cerrada, hacia arriba.
-¡Gonzalo!
-Sí, mamá.
-Estabas dormido, es hora de comer.
-Mamá, ¿los caballos vuelan?
-No, mi niño.
Entonces se apresuró a sacar la mano del bolsillo para enseñarle la bola de cristal. Abrió la mano y no había nada.
Siguió caminando junto a su mamá y comenzó a contarle todo lo que le había sucedido.
-Claro, pequeño, estabas soñando.
-Pero yo he visto a papá y era de verdad…


                                        


                                “Y ya no volvió a soñar.
                                Pero el niño se hizo mozo”




M. Godúver

martes, 24 de julio de 2012

MEDIAS





No me gustaría ser
ninguna de ellas
porque son mujeres
sin cabeza:
son el sueño
de algunos varones
que se conforman
con unas medias.


M. Godúver

jueves, 5 de julio de 2012

Y OCURRIÓ UN HECHO EXTRAÑO


                         Ferdinand Georg Waldmueller





Llegaron las vacaciones navideñas y, como otros años, decidimos marcharnos a la casa que tiene un amigo en las montañas.
El viaje fue agotador, estábamos cansados, pero debíamos poner en orden la vivienda antes de instalarnos allí.
Acabamos lo antes posible para salir a echar un vistazo por los alrededores; después de una hora nos dirigimos de nuevo a la casita.
Aquello parecía otra cosa, el calor que desprendía la lumbre conseguía que se sintiera uno como en su hogar.
Mis amigos y yo habíamos hecho muchos planes, lo pasaríamos muy bien.
Teníamos ganas de estar solos, de pasar la noche sin dormir, hablando horas y horas frente a la chimenea contándonos miles de historias, sobre todo de miedo. Nos atraía de forma especial lo desconocido.
Empezábamos con unos cuantos chistes y contándonos las aventuras más divertidas que nos habían ocurrido con los amigos o lo sucedido en el colegio. Luego, entrada la noche, cuando nos encontrábamos casi apiñados cerca del fuego flotaba algo misterioso en el ambiente.
Hablábamos más despacio, se nos notaba el miedo, nuestros ojos brillaban más e incluso parecía que disminuyeran nuestros cuerpos al acercarnos tanto los unos a los otros. Nadie quería que los demás pensaran que era un cobarde y nos reíamos para demostrar nuestro valor. Pero las carcajadas nerviosas nos delataban más todavía.
La noche, las historias y la atmósfera que habíamos creado nos ponían en tensión. Empezamos por recordar películas de miedo, después hechos que nos habían contado, y nos empeñábamos en asegurar que eran verdad historias que nosotros mismos nos imaginábamos.
Se oían frases como:
“Te acuerdas cuando el protagonista corría, iba a ser alcanzado y sonaron las campanadas del reloj…”
“Y aquella horrible criatura que emergió del fondo del mar…”
“Me contaron que a mi abuelo se le apareció…”
“Y dicen que es verdad eso que ocurre cada vez que…”
Nos esforzábamos por seguir allí unidos, mas el sueño terminaba venciendo nuestros deseos.
Javi, al que le habían dejado la casa sus padres, se decidió al fin y ordenó la retirada. Los camastros estaban preparados para recibir nuestros agotados cuerpos.
-Vosotros: Fofi y Vicen os vais a acostar aquí, José Antonio y yo en esta otra habitación, -dijo Javi.
Cuando acompañé a Vicen  a la cocina para beber agua vimos un ser repugnante debajo de un mueble, era como si estuviera acechando nuestros movimientos. Grité, grité tanto que los demás se asustaron y vinieron corriendo. Fofi se reía después y Javi dijo que si me asustaba de una araña.
No acabábamos de conciliar el sueño, una vez acostados se oían algunos comentarios y risitas forzadas que venían de la habitación de al lado.
Se durmieron todos, solo quedaba el silencio aterrador de una noche oscura en un lugar apartado entre las montañas. Creo que me dormí…
Estábamos contentos, el día resultó genial. Pero un acontecimiento imprevisto nos jugó una mala pasada. Todo estaba tan oscuro. Oímos ruidos poco conocidos, no podíamos distinguir de dónde procedían, ni quién o qué los produjera.
De momento, no le dimos importancia, pero cada vez se hacían más patentes hasta el punto de sobrecogernos, estábamos realmente asustados.
Fofi, que era el más valiente, salió al exterior y alumbró con la linterna hacia la oscuridad. No vio nada. Javi subió al piso de arriba acompañado por Vicen para comprobar si venía de allí ese espantoso ruido. Yo me dediqué a mirar a través de las ventanas, el exterior aparecía como si fuera una enorme mancha negra, no se podía distinguir nada. Aterrorizados nos reunimos de nuevo para buscar una explicación lógica a todo aquello que nos estaba ocurriendo.
Era como un gruñido animal o un quejido humando o podría, incluso, proceder de un aparato mecánico grabado a propósito. Lo que ocurría es que cada vez lo oíamos más cerca… y eso nos estaba poniendo los pelos de punta y los nervios a flor de piel.
Por aquellos parajes sólo estábamos nosotros. Tratamos de calmarnos unos a otros, de armarnos con objetos contundentes o terminados en punta. Nos preparábamos para cualquier acontecimiento. Cada vez se oía más cerca, pero no veíamos nada ni a nadie. ¿Contra qué íbamos a enfrentarnos? Lo que sí era cierto es que el sonido procedía del exterior.
Cogimos las linternas para salir, dirigíamos el foco luminoso a varios puntos. No se veía nada. De pronto cesó el ruido. El silencio fue más espantoso si cabe. Emití un grito aterrador.
-¡No!
Sentí que me oprimían muy fuerte el pie y tiraban de mí, me agarré al brazo de uno de mis amigos, creo que era Vicen y él tiró a su vez de Javi. El extraño ser nos arrastraba con gran fuerza.
Nuestras fuerzas empezaron a flaquear, llegó a tiempo Fofi y dio un fuerte golpe a esa enorme masa, me sentí libre de la trampa en la que había caído.
Casi no podía caminar, me arrastraron hasta el interior de la vivienda.
Una vez allí, examinamos mi pie por el lugar que había sido oprimido para encontrar una pista, cualquier indicio. Fue inútil. Por las señales que habían provocado en mi pierna parecía que había sido atrapado por unas grandes y resistentes pinzas. El dolor era insoportable.
Javi sacó el botiquín de primeros auxilios, pero no le había dado tiempo a levantar la tapa cuando se abrió la puerta de golpe.
No entró nadie, aparecía un fondo oscuro, era noche cerrada. El ruido seguía allí. Vicen estaba tan asustando que no pudo más y gritó.
-¡Por favor! ¿Quién está ahí?
Y todos nos unimos con él desesperados para tratar de calmar a nuestro visitante, de hacerle saber que no íbamos a hacerle daño.
-Conteste, ¡por favor! -Decía Javi.
-Nosotros no le haremos daño, –aseguró Fofi.
Creo que aquella persona o animal que estaba fuera sabía que no podríamos hacerle nada.
-¿Qué pretende? –Me atreví a preguntar.
No obtuvimos ninguna respuesta. Se había levantado viento, podía haberse abierto la puerta por ese motivo. Seguro que mi pierna había sido atrapada por un cepo o había pisado entre algunos matorrales y se había enredado entre ellos. No estábamos muy convencidos de nuestras suposiciones, sólo eran para tratar de calmarnos. ¿Y el ruido?, pensábamos, ¿y aquella fuerza que tiraba de nosotros?
La noche produce ruidos muy extraños, pero aquel se oía cada vez más cerca.
Ahora parecía que estaba en el piso de arriba, se arrastraba un cuerpo o eso era lo que nosotros podíamos sospechar.
La puerta seguía abierta. Se acercó apresuradamente hasta ella Javi y la cerró. Apoyó la espalda en ella y respiró profundamente.
Yo seguía sentado en el suelo, mi pierna empezaba a entumecerse, la hinchazón iba en aumento, aparecía y desaparecía, sentí que me desmayaba…
El cuerpo de arriba seguía arrastrándose y el ruido se oía más cerca, pero más suave, parecía como de satisfacción.
Nos situamos en el rincón opuesto a las escaleras, nos preparábamos para cualquier eventualidad.
Se oyó caer un objeto pesado arriba, debía haber tropezado con algún obstáculo.
El viento soplaba cada vez más fuerte, el extraño ruido se oía más cerca… lo sentíamos en la parte de arriba.
Nos acercábamos más el uno al otro, no sabíamos lo que podríamos hacer.
Vimos que mi pierna empeoraba. ¿Cómo íbamos a enfrentarnos a aquello?
Nuestras caras reflejaban el espanto propio de quienes están en peligro, lo que sentíamos lo mostraban nuestros aturdidos movimientos.
Aquel ser extraño estaba cerca de la puerta que daba a la escalera, en cualquier momento aparecería.
Y de pronto.
Vimos un enorme y horrible bicho asomarse al principio de las escaleras, y yo no podía moverme. Mis amigos corrieron hacia fuera instintivamente. Me encontraba ante un animal espantoso.
Di un salto a la vez que grité:
-¡No!, no me dejéis…
Alguien encendió la luz y trataba de calmarme, había estado soñando.
Me animaban porque no pasaba nada, pero estaba sudando en medio de aquel frío invierno. Mi voz salía entrecortada. Me miré la pierna, estaba bien, menos mal.
Empecé a contarles mi pesadilla y se reían al verme tan asustado.
-Era como una gigantesca araña, el ruido era terrorífico, -les decía- y vosotros querías huir. Pero yo no podía correr.
-Estamos aquí –dijo Javi- ¡venga ya, tengo sueño!
Vicen quería que siguiera contándoles. Y seguí a duras penas hablando para explicarles mi pesadilla y para que se me fuera un poco el miedo que todavía perduraba.
-No vamos a poder contar historias de miedo, -decía Fofi.
Traté de imitar aquel extraño ruido para que ellos apreciaran lo espantoso que fue, lo tenía grabado en mi mente. Se rieron de mí…
Nadie se había movido, de eso estábamos seguros, seguíamos aquí los cuatro. Y ahí fuera un ruido aterrador irrumpió en el silencio de la noche. Nos dimos cuenta que en este momento comenzaba la verdadera historia.


M. Godúver