viernes, 5 de mayo de 2023

UNA HISTORIA DE AMOR A LOS LIBROS

 UNA HISTORIA DE AMOR A LOS LIBROS

Don Jofre y la Sta. Merino, así nos dirigíamos el uno al otro por aquel entonces, nos conocimos en las aulas de este instituto, el Miguel de Cervantes de Alcázar de San Juan.

Un día, D. Jofre preguntó a los alumnos en el aula, impartía latín, si alguien de la clase quería colaborar con él en la labor de clasificar y catalogar los libros del seminario de las lenguas clásicas latín y griego. Levanté el dedo para ser voluntaria en aquella tarea que a mí me pareció misteriosa y fascinante, poder conocer los libros y ordenarlos para que el acceso a ellos fuera más fácil. Y me enseñó a elaborar las fichas para catalogar los libros del seminario, a partir de aquel momento entre él y yo se inició una relación de amor a los libros, aunque yo no era consciente entonces de este gran acontecimiento que ha tenido tal repercusión en mi vida, fue hacia el año 1974.

El segundo encuentro con respecto a esta historia de amor a los libros tuvo lugar en su domicilio de Madrid, en el año 1977, lo recuerdo bien porque fue el año que los dos dejamos el instituto: él porque pidió traslado y yo porque había acabado COU y tenía que marcharme a estudiar fuera de Alcázar. Llegué hasta allí para conocer su biblioteca privada porque me lo recomendó otro profesor del instituto, Severino Barrios, conocido por el Seve entre parte del alumnado. Me dijo algo así como que fuera a conocer la biblioteca de D. Jofre porque me iba a sorprender, y fue él quien me facilitó la dirección donde podría encontrar a quien me abriría la puerta de tan extraordinaria biblioteca. Yo era una joven, no ya de provincias sino de pueblo, que llegó a Madrid con los deseos de estudiar filología clásica para especializarme en griego, aunque él impartía clase de latín, pero a mí me atraía más el griego por aquello de la tradición filosófica.

Y, ni corta ni perezosa, me fui a buscarlo, previamente había preguntado a personas que me parecían conocedoras de Madrid por saber dónde dirigirme para llegar hasta la biblioteca de mi estimado profesor de latín. Y, de esta manera, se fue fraguando una relación más estrecha porque a partir de aquel día él me dijo que podía llevarme libros de su biblioteca y, como si de una biblioteca pública se tratara, me llevaba uno o dos libros y cuando acababa de leerlos se los devolvía y me prestaba otros. Fueron muchos encuentros, muchos libros leídos y recomendados por él; nuestra relación llegó a ser tan estrecha que en los últimos años de su vida estuve más cerca para facilitársela. Gracias a él pude estudiar y leer más de lo que yo hubiera imaginado, también ver teatro, películas, exposiciones, asistir a conferencias, etc. Por eso, cuando me refiero a él digo que ha sido mi padre intelectual, y lo quise y lo cuidé como si así lo fuera hasta el último instante de su vida.

Por aquel entonces yo había llegado a Madrid con unos 80 libros, me presenté con una maleta de libros y otra de ropa a casa de una tía, y mi prima me dijo algo así como: pero si tienes más libros que ropa. Sorprendida ella de los libros que llevaba, no se podía imaginar lo sorprendida que había quedado yo cuando vi aquella biblioteca privada de mi profesor que, entonces a mí, me pareció enorme. Después, por mi oficio de librera y por relacionarme con personas a quienes les gustan los libros, he podido conocer otras viviendas con tantos libros que ya se ha convertido como en algo normal para mí. Incluso su biblioteca y la mía juntas, nuestra biblioteca, llegué a considerarla como algo normal de tanto disfrutar con ella y estimarla.

Podría contar anécdotas y muchos episodios de su vida, pero era una persona muy tímida e introvertida y no sé si le gustaría que hoy estemos hablando de él. De todas maneras, como la

memoria está reservada a quienes seguimos viviendo y tenemos el derecho y el deber de recordar, me he prestado a dedicar un poco más de mi tiempo a él porque era una buena persona. Y, también, un erudito de tomo y lomo, ¡aprendí tanto a su lado!

Jofre, ya para mí, murió en el año 1998 y nació en 1915. Por aquellos años de su niñez y juventud en España se estaba viviendo un momento sociocultural de amplias miras, conocido como la Edad de Plata, algunos jóvenes de aquella época fueron prodigiosos y el futuro se auguraba esperanzador, pero el odio y el egoísmo truncaron sus sueños y dieron en caer en un combate fratricida. Bueno, ya sabemos lo que eso supuso para todos nosotros. ¡Ojalá aprendamos de los errores!

Jofre Izquierdo fue profesor en colegios e institutos de prestigio, tanto intelectual como pedagógicamente hablando: el Instituto Escuela, el Ramiro de Maeztu, el Liceo Francés, el Cervantes de Alcázar. Quizás su labor como docente le proporcionó horas de acercarse a los demás porque, sin esa labor del poco valorado magisterio, no hubiera podido disfrutar con otras personas, por lo que escribía anteriormente: debido a su timidez e introversión. Por esta manera suya de relacionarse poco con el resto de la humanidad pasaba horas y horas solo, como la mayor parte de los solitarios. Es por lo que escribo que su trabajo como docente le proporcionó salir de sí mismo.

Y se concluye esta historia de amor a los libros, en tercer lugar, por lo que hoy estamos recordándolo porque me donó sus libros y yo los he doblado en cantidad con las mismas y otras temáticas, con lo cual se ha incrementado nuestra biblioteca, y también he tomado la decisión de donarlos a mi vez, de nuevo por amor a los libros como él hizo. En la vida llega un momento en el que hay que plantearse si ha sobrevenido la hora de que los libros pasen a otras personas o instituciones, lo que llamamos desprenderse, ardua y dolorosa tarea no crean. Pero con un poco de esfuerzo, tiempo, dedicación y buena voluntad por mi parte y por parte de otras personas que se han prestado a colaborar lo estamos llevando a cabo.

Me siento muy agradecida a quienes de manera más estrecha están colaborando en esta labor: en primer lugar mis amigos, que se han prestado de intermediarios para llegar a esta querida institución, me estoy refiriendo a mis amigos Trini y Mercedes, ellos se quedaron en Alcázar y han seguido en contacto con profesores del instituto y han podido hablar con ellos para contarles mi decisión. Agradecida también a Belén que rápidamente dijo que sí (y a Alfonso, su hermano, cómo no); después a Antonio que me recibió y escuchó. Super agradecida al departamento de historia y profesores de otros departamentos que acuerdan acoger los libros y encargarse del trabajo, por lo que conozco a: Olga, Dani, Violeta, Rosa, y otras profesoras del instituto que nos acompañaron en el primer viaje al lugar donde se encontraban los libros que van a formar parte de la biblioteca del instituto Cervantes. No quiero terminar esta lista de agradecimientos sin mencionar a mi familia, en uno u otro momento cada uno de ellos ha sabido muy bien que la cultura no sólo ocupa lugar, sino que también pesa.

Ahora, me gustaría recordar parte de un relato del tan conocido el Quijote para finalizar estas palabras de homenaje a don Jofre Izquierdo, puesto que estamos en el Cervantes qué mejor manera de poner el broche final con un pasaje de sus escritos, me he acordado del monólogo que nos regala Miguel de Cervantes y pone en la voz de una mujer: la pastora Marcela. Seguro que a don Jofre le hubiera gustado la elección porque sabía que yo era feminista y, además, porque él apoyaba la causa de las reivindicaciones de las mujeres. También está elegido porque cuando me dijeron, una parte del profesorado de este centro educativo, que seleccionara los libros que donaría a nuestro instituto, me hablaron de que estaban interesados por los libros escritos por mujeres y sobre mujeres, los llamados de teoría feminista.

Si alguien quiere leerlo en la obra del autor, El ingenioso hidalgo... (pues yo lo he copiado de uno de los blogs que proliferan en internet), lo encontrará en el capítulo 14 de la primera parte:

-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.

»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir “Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?

»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado

con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.

»El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

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