A la escuela no me gustaba
ir porque la maestra nos pegaba
aunque, por lo que me han
contado mis hermanas,
no era la mía la que más pegaba.
Desde “la letra con sangre entra”
hasta lo de hoy “aprende jugando”,
hay tramos pero que muchos tramos.
Habrá que seguir investigando
porque no parece que ni lo uno
ni lo otro dé buen resultado.
Estudiar es un trabajo, un trabajo
que nos beneficia tanto.
En nuestros primeros años
de aprendizaje no lo valoramos.
Los rudimentos los tenemos
que adquirir a edad temprana
porque si es muy tarde puede
convertirse en esperanza vana.
Que se lo pregunten a
algun@s autodidactas.
Las dos veces que recuerdo
cómo me pegaron,
cuando fui a la escuela,
una fue con un palo y la
otra con una regla.
La primera una maestra, cuando
yo aprendía las primeras letras,
creo que doblé un cuaderno
y me ordenó que fuera a coger
un palo que había en la habitación
de los útiles de limpieza.
Cogí el palo, me dirigí a la
mesa de la maestra, se lo di
en su mano y ella me asestó
un golpe en la cabeza.
Me quedé tan sorprendida
y fue tal el golpe que me propinó
que, cuando lo recuerdo, todavía
siento el dolor que me causó.
Pero también tengo buenos
recuerdos de aquella maestra,
me enseñó las primeras letras y
aprendí a leer en su presencia.
Nos ponía a leer alrededor de la estufa,
junto a la mesa y silla que ella
ocupaba en la escuela.
Me parece recordar que había
un solo libro para todas las niñas
y lo pasábamos, de una a otra,
las que componíamos el corro
que formábamos.
Me gustaba leer y me parecía
genial que la maestra
se adormeciera cuando
me tocaba a mí porque de esta manera
no llegaba el turno de la siguiente y
yo podía leer más largamente.
No recuerdo qué leía,
así aprendí a juntar las letras
en aquella escuela franquista
tan sombría. ¡Qué poca alegría!
Más tarde, en otra escuela,
era un maestro el que con la regla
pegaba, nos decía que abriéramos
la mano y ¡pum! palmetazo.
El motivo no lo recuerdo
nos pegaban tan sin razón.
En la misma escuela tuve otra maestra,
ésta nos ponía a redactar
y eso me gustaba más.
Un día me inventé un pequeño
cuento de dos ranas que jugaban
para ver quién llegaba
antes a la meta.
Me hizo saber que le gustó
y eso claro que me agradó.
No recuerdo que me pegaran
más pero esos dos golpes en
la mano y en la cabeza
me dejaron una triste huella.
Me acuerdo más de las
maravillas que aprendí:
a leer mientras viviera y
a soñar que podría escribir.
Menos mal que luego conocí
a grandes maestras, las que yo elegí
asistiendo a sus conferencias.
Comprobé en sus magníficos argumentos
que en algo se parecía a aquello
que yo intuí en mi adolescencia
con mis escasos rudimentos.
¡Qué dicha poder conocer
a algunas de éstas en este
otro tiempo, nuevos tiempos!
M. Godúver
ir porque la maestra nos pegaba
aunque, por lo que me han
contado mis hermanas,
no era la mía la que más pegaba.
Desde “la letra con sangre entra”
hasta lo de hoy “aprende jugando”,
hay tramos pero que muchos tramos.
Habrá que seguir investigando
porque no parece que ni lo uno
ni lo otro dé buen resultado.
Estudiar es un trabajo, un trabajo
que nos beneficia tanto.
En nuestros primeros años
de aprendizaje no lo valoramos.
Los rudimentos los tenemos
que adquirir a edad temprana
porque si es muy tarde puede
convertirse en esperanza vana.
Que se lo pregunten a
algun@s autodidactas.
Las dos veces que recuerdo
cómo me pegaron,
cuando fui a la escuela,
una fue con un palo y la
otra con una regla.
La primera una maestra, cuando
yo aprendía las primeras letras,
creo que doblé un cuaderno
y me ordenó que fuera a coger
un palo que había en la habitación
de los útiles de limpieza.
Cogí el palo, me dirigí a la
mesa de la maestra, se lo di
en su mano y ella me asestó
un golpe en la cabeza.
Me quedé tan sorprendida
y fue tal el golpe que me propinó
que, cuando lo recuerdo, todavía
siento el dolor que me causó.
Pero también tengo buenos
recuerdos de aquella maestra,
me enseñó las primeras letras y
aprendí a leer en su presencia.
Nos ponía a leer alrededor de la estufa,
junto a la mesa y silla que ella
ocupaba en la escuela.
Me parece recordar que había
un solo libro para todas las niñas
y lo pasábamos, de una a otra,
las que componíamos el corro
que formábamos.
Me gustaba leer y me parecía
genial que la maestra
se adormeciera cuando
me tocaba a mí porque de esta manera
no llegaba el turno de la siguiente y
yo podía leer más largamente.
No recuerdo qué leía,
así aprendí a juntar las letras
en aquella escuela franquista
tan sombría. ¡Qué poca alegría!
Más tarde, en otra escuela,
era un maestro el que con la regla
pegaba, nos decía que abriéramos
la mano y ¡pum! palmetazo.
El motivo no lo recuerdo
nos pegaban tan sin razón.
En la misma escuela tuve otra maestra,
ésta nos ponía a redactar
y eso me gustaba más.
Un día me inventé un pequeño
cuento de dos ranas que jugaban
para ver quién llegaba
antes a la meta.
Me hizo saber que le gustó
y eso claro que me agradó.
No recuerdo que me pegaran
más pero esos dos golpes en
la mano y en la cabeza
me dejaron una triste huella.
Me acuerdo más de las
maravillas que aprendí:
a leer mientras viviera y
a soñar que podría escribir.
Menos mal que luego conocí
a grandes maestras, las que yo elegí
asistiendo a sus conferencias.
Comprobé en sus magníficos argumentos
que en algo se parecía a aquello
que yo intuí en mi adolescencia
con mis escasos rudimentos.
¡Qué dicha poder conocer
a algunas de éstas en este
otro tiempo, nuevos tiempos!
M. Godúver
1 comentario:
Y de ese palo también me acuerdo. Tú no lo sabes pero al contarlo se te ponía una
cara que debía ser muy parecida a la de sorpresa que sentiste, a la de dolor. Tuviste suerte, tunanta
porque yo recibí muchos más, bofetones, reglazos, casi a diario durante una buena etapa. ¿Por qué
no se nos ocurría contarlo en casa? Luego hablamos de las maltratadas que no denuncian... hay una
vergüenza que no se puede con ella, un miedo a oír: ¡qué habrás hecho!
Qué absolutamente entrañable me resulta todo esto que escribes, qué interesante sobre todo para
las que te conocemos un poco y te queremos mucho, Mercedes.
Beatriz
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