Un día mi profesor-amigo,
mi padre intelectual,
me encomendó una misión:
“No quiero que quede ni rastro
de mí sobre la tierra,
que no se encuentren juntas
de mi nombre dos letras".
Durante meses estuve dedicada
a destruir todos los documentos
en los que su nombre apareciera.
Con paciencia y unas tijeras
corté en pedazos todas las letras.
¡Otro perdedor de aquella guerra
en la que otros países intervinieran,
las vísperas de otra gran guerra!
Se ha escrito tanto de ellas…
¿Cuándo aprenderá la humanidad
a no repetir tales gestas?
Puesto que me lo pidió yo
rompo de su nombre todas las letras
mas no puedo borrarlas de mi cabeza.
M. Godúver
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