Con un caballito blanco
el niño volvió a soñar,
y por la crín lo cogía...
(Antonio Machado)
el niño volvió a soñar,
y por la crín lo cogía...
(Antonio Machado)
A unos cuantos kilómetros del
pueblo se veía una pequeña casa. Las personas que la habitaban eran dos, una
señora y un niño: madre e hijo.
La diminuta vivienda los acogía
lejos de amigos y parientes. Aquellos parajes grandiosos, bonitos, ¡tan
verdes!, eran suficiente para que estos seres vivieran contentos.
El agua descendía por los
insignificantes cauces de la montaña, viniendo a desembocar en un remanso
claro, dulce, fresco y limpio.
Los altos y frondosos árboles sombreaban
el lugar. El cielo, esa inmensa capa de tonos azules, blancos, grises; siempre
impenetrable.
Comenzaba un nuevo día, Pilar
procuró hacer los trabajos más duros antes de que se levantara Gonzalo, él
quería cooperar en todo.
“El niño se despertó”
-Mamá, ¿por qué no me llamaste?
-Ven, pequeño, colócate bien la
camisa, todavía puedes ayudarme. Vamos a regar las plantas.
Terminadas las faenas, Gonzalo
podía irse a jugar.
Bebió apresuradamente un tazón de
leche. Corrió hasta su lugar favorito.
Miraba el azul del cielo, el
verde de la vegetación, el colorido de las flores. Oía el piar de los
pajarillos, el correr del agua, el sonido interminable de la naturaleza. Y vio
unas lindas mariposas que volaban cerca de él.
Todo aquello lo conmovía y se
sentía feliz, corría de un sitio para otro, observaba la vida de los diminutos
insectos. Terminaba extenuado. Se dirigía hacia un frondoso árbol bajo el que
solía descansar, allí se tumbaba en estado de reposo.
…Todo le daba vueltas. De pronto
vio venir un caballito blanco, parecía como si flotara, no dejaba huella en la
hierba.
Podía subir sobre el lomo, el
animalito estaba cerca y lo invitaba a que montara sobre él.
Se sintió emocionado. ¡Tenía un
amigo para jugar! Se agarraba a la crin, pero suavemente, no fuera a dañarlo.
El caballo se movía, galopaban. En un momento se alejaron de allí, no sabría
decir cuánto habían cabalgado, volado más bien.
Lo transportó a un lugar
desconocido y se encontró con muchos niños, todos parecidos a él, lo esperaban
para jugar. Le ofrecieron extraños objetos que pretendían ser juguetes. ¡Era un
mundo tan nuevo! Varios chicos y chicas lo cogieron de la mano y lo llevaron
junto a los demás, el gesto le encantó.
Cuando estuvo junto a ellos todos
querían saludarlo.
-Un nuevo amigo –decían.
Dos de los niños, un poco más
altos que el resto, comenzaron a caminar seguidos por todos los que estaban
allí. Llegaron a un inmenso lago, vio una gran barca que se aproximaba a la
orilla, subieron a la barca. Navegaron horas y horas, mientras tanto se
entretenían con juegos divertidos que él no conocía.
El paisaje le proporcionaba una
sensación de júbilo. El niño se sentía muy contento. Todo cuanto veía estaba
como dispuesto para su dicha.
Y por fin, entraron en una oscura
cueva, después de un rato les sorprendió una potente claridad. Sí que se estaba
bien –pensó-, había de todo y no necesitaba nada.
Los niños se organizaron en
grupos y uno de ellos se dirigió a Gonzalo para decirle que se reuniera con los
del número cinco.
Tenían que realizar un trabajo
muy fácil. Por la mañana despertaban al sol y con sus risas lo tenían todo el
día ocupado, radiante, hasta que llegaba la noche y lo dejaban descansar.
Entonces se dirigían hacia el lecho de la luna y la despertaban para que velara
durante la noche mientras el sol dormía.
Ahora comprendió Gonzalo por qué
no veía nunca juntos al sol y a la luna.
Puesto que era muy curioso quiso
que le enseñaran lo que hacían los demás grupos.
Aceptaron los niños y lo dejaron
pasar al número cuatro.
Este trabajo no parecía
complicado, tenían que mantener llenos de agua los mares, ríos, lagunas… y que
las montañas permanecieran en su sitio, que reinara la armonía entre el agua y
la tierra. Unos grandes depósitos contenían agua y caía hacia abajo cuando
abrían las compuertas. Ellos sabían bien el agua que se necesitaba.
Gonzalo no llegó a entenderlo del
todo, le pareció difícil que luego se repartiera por todas partes; por unas más
por otras menos.
Sin pensarlo más pidió que lo
llevaran hacia aquellos que colgaban el número tres. Estos eran unos niños más
especializados, las tareas empezaban a complicarse. Vigilaban todas las plantas
del universo, cuidaban de que siguieran viviendo, que ninguna especie
desapareciera, que las flores salieran en la misma temporada, que el fruto no
se malograra. Y así, comprendió que existieran tantas y bonitas plantas. Pero se
preguntaba por qué, a veces, se estropeaban, cuando estos niños las cuidaban
tan bien. A pesar de tantas cuestiones sin responder quiso que lo llevaran
donde estaban los del número dos. Son muy listos –pensó- conocían todas las
especies del reino animal y se ocupaban de su conservación con mucho mimo.
Velaban por los más pequeños,
seguían su proceso vital para que nada les ocurriera. Si alguna vez morían los
padres, ellos cuidaban más detenidamente de esos animalitos huérfanos.
Este trabajo le pareció aún más
difícil que los anteriores y, aunque no lo tenía nada claro –no lo que ellos
hicieran sino lo que después sucedía en ese mundo que cuidaban-, ¡era todo tan
distinto a lo que ellos pretendían!, les dijo que le mostraran el grupo número
uno.
-A éste no lo podrás ver –dijo
uno de los niños más altos.
-¿Por qué?
-Solamente uno se encarga de
velarlo, pero sin trastocar nada.
-¿Qué es lo que vigila?
-A los hombres.
-¿A todos?
-Sí.
-Entonces verá a mi papá.
-Claro.
-Y no podrías pedirle, por favor,
que me dejara verlo.
-No creo que sea posible.
-Si yo sólo quiero verlo para
saber cómo está.
-¿Es que no vives con él?
-No, se fue a trabajar y vive muy
lejos de casa.
-¿Hace mucho tiempo que no lo
ves?
-Muchos años.
-Quizás acepte si se trata de
tanto tiempo para ti.
El niño que había estado hablando
con Gonzalo se dirigió a una de las puertas de la inmensa sala y desapareció
tras ella. Después volvió con una pequeña bola de cristal en la mano y se la
entregó a Gonzalo.
-¿Qué es esto? –le preguntó.
-Si la miras con atención podrás
ver a tu papá.
-Gracias, sabía que me dejaría
verlo.
Se puso muy contento cuando vio a
su papá. ¡Es mi papá! –gritó emocionado- pero se entristeció porque estaba
entre muchos otros hombres con caras tristes, malhumorados.
-¿Por qué si cuidáis tanto del
universo no sale bien? –le preguntó al niño que lo acompañaba.
-Eso nos preguntamos nosotros y
el secreto está ahí dentro. El número uno vigila a los hombres, pero les deja
que hagan lo que quieran porque dice que son libres y los ama mucho. Y ellos,
no saben valorar el gran regalo que se les da.
-¿Podríais hacer algo?
-No, nosotros no.
Vio venir al caballo blanco, se
vio sentado sobre él y voló muy de prisa, era acariciado por el viento.
“¡El caballito voló!”
Pilar estaba preocupada porque no
había vuelto Gonzalo. Salió de la casa y se dirigió hacia donde su hijo solía
jugar, lo llamaba repetidas veces: Gonzalo, Gonzalo…
De pronto lo vio tendido bajo un
árbol, dormía plácidamente, una de sus manos la tenía metida en el bolsillo y
la otra suavemente cerrada, hacia arriba.
-¡Gonzalo!
-Sí, mamá.
-Estabas dormido, es hora de
comer.
-Mamá, ¿los caballos vuelan?
-No, mi niño.
Entonces se apresuró a sacar la
mano del bolsillo para enseñarle la bola de cristal. Abrió la mano y no había
nada.
Siguió caminando junto a su mamá
y comenzó a contarle todo lo que le había sucedido.
-Claro, pequeño, estabas soñando.
-Pero yo he visto a papá y era de
verdad…
“Y ya no volvió
a soñar.
Pero el niño se hizo mozo”
1 comentario:
Qué felicidad si el mundo fuese el producto de un niño que sueña… a veces parece el resultado de una pesadilla.
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