Hisako Takegami
EL CANTO DE
UN PAJARITO, PARA BRUNO
Las primeras nevadas no tardarían en caer y cubrirlo todo
con su grandioso manto blanco, faltaban dos meses para que llegara el crudo
invierno.
Bruno salió del colegio y se dirigió hacia su casa. Caminaba
deprisa, arrebujado en su abrigo con las manos en los bolsillos, la mochila
colgada en los hombros pendía tras la espalda. Vio, a lo lejos, que caía del
árbol un cuerpo y no podía distinguirlo. Se acercó apresuradamente para saber
qué era, había un pajarito tendido en el suelo, medio moribundo. Lo cogió en
sus manos, le dio calor, espiró repetidas veces sobre su cuerpo hasta
reanimarlo. Y al fin, sintió que se movía.
Bruno respiró profundamente, su esfuerzo no había sido en
vano. Comenzó a sentir una gran alegría dentro de sí.
El pajarito hizo un movimiento brusco y, puesto que el niño
lo sujetaba suavemente, se le escapó de las manos, pero no pudo hacerse mucho
daño porque Bruno estaba en cuclillas y, por tanto, cerca del suelo. Esperó un
poco antes de volver a cogerlo por si era capaz de volar y quería marcharse,
mas no fue posible porque sus fuerzas eran escasas. Tuvo que reanimarlo como al
principio, esta vez se recuperó antes pero no se movía mucho, solo daba señales
de vida.
El pajarito parecía estar bien en el cobijo de las manitas
de Bruno, el niño se sentía tan feliz, empezó a comprender que el pajarito
estaba a gusto y su contento aumentaba.
Se atrevió a acariciarlo y a “Topi” -así llamó a su amigo
pajarito- le gustó que lo tocara suavemente. Siguió en las manos del niño dando
muestras de agradecimiento, movía sus alas, no para volar sino para que el
pequeño supiera de su existencia y comprendiera que se quedaba con él porque
quería. Bruno, enterado del mensaje, siguió acariciándolo y le hablaba con
cariño.
-Topi, le dijo, para que su amigo supiera el nombre que él
le había asignado.
El pajarito estaba más recuperado porque empezaba a gorjear.
Bruno sonreía, sonreía y le trasmitía un sinfín de emociones nuevas a su
pequeño amiguito.
-Vola, Topi! Vola, Topi! –le repitió varias
veces.
De pronto, Topi empezó a volar y el niño se puso triste
porque pensó que el pajarito se iría, pero no fue así, se posó en uno de sus
hombros, Bruno apenas podía hablar de lo emocionado que estaba pero le dijo
dulcemente.
-¡Ah, Topi, amigo! Tú
sí que eres mi amigo, no quieres irte.
El niño caminaba con alegría, Topi volaba de un lado a otro
alrededor de su cabeza.
Bruno sabía que los pájaros tienen que estar libres y no lo
quería retener, llevárselo a su casa, enjaularlo. Aunque no era por falta de
deseos.
Cuando llegó junto a la puerta se paró y le dijo:
-Sé que no quieres seguirme, espérame, salgo ahora.
El niño entró y al poco tiempo volvió con unas miguitas de
pan, extendió la mano y Topi, que había permanecido esperando cerca de la puerta,
fue hasta el niño, se posó en la mano y comió lo que le ofrecía su amigo.
Bruno se despidió hasta la tarde, cuando salió de la casa el
pajarito estaba por allí esperándolo. El niño iba al colegio acompañado de su
amigo Topi, le daba comida, jugaba con él.
Por la noche, antes de irse a dormir, miraba al árbol que había
frente a su ventana y Topi ya estaba dormido. Veía a lo lejos una pequeña bola
y sabía que aquella bolita de carne, huesos y plumas era su pajarito, su amigo,
su Topi.
Después se metía en la cama contento y cerraba los ojos para dormirse pronto, pasar la noche y
despertarse temprano para ver a su amigo. Cada mañana lo oía cantar, al
levantarse, lo primero que hacía era ver a Topi, el pequeño animal se
encontraba en el árbol, por el césped del jardín o bien cerca de su ventana.
Bruno desayunaba, cogía una porción de pan y salía hacia el
colegio. En la puerta se encontraba con Topi revoloteando tímidamente.
Los días que pasaron juntos estuvieron llenos de regocijo
por parte de ambas criaturas.
-Ya llegan Bruno y su amigo Topi –decían los niños al verlos.
A Bruno le gustaba que reconocieran la amistad que mantenía
con el pajarito, quería que Topi fuera más amigo de él que de los demás niños;
aunque jugara con todos. Pues, a quien esperaba al salir de casa era a él, a quien
saludaba por las mañanas… quien le daba más veces de comer al pajarito era él.
Él le puso el nombre, él lo vio primero. Por todo esto él sabía que su mejor
amigo, sin lugar a dudas, era él y le gustaba que los demás niños también lo
supieran.
Los padres se habían dado cuenta de lo alegre que estaba su
hijo y del cariño que sentía hacia Topi, se preocupaban un poco porque estaban
muy cerca las primeras nieves y los
pájaros emigraban a tierras más cálidas. No quedaban muchos de su especie por
allí y Topi tendría que dejar estos parajes no pasando mucho tiempo.
Cómo explicarle al niño que eso es lo que suele pasar, cómo
decirle que quizás luego volvería, cómo… Quizás era mejor dejar que un día se
despertara y no estuviera por allí. No sabían qué hacer. Lo hablaron algunas
veces y al final decidieron contárselo.
-Bruno –le dijo su madre.
-Sí, mamá.
-Cuando llega el invierno, hace mucho frío y los pájaros se
marchan a tierras más cálidas, después vuelven.
-Todos no se irán.
-Se van todos, -dijo el padre.
-Pero Topi tiene amigos.
-Luego vuelven en la primavera, -dijo la madre.
-Pero Topi no se irá.
-No lo sé, mi vida, pero si se va no tienes que ponerte
triste. Aquí hará frío y no podrá quedarse, se moriría, -le dijo su madre.
Bruno pensó que le daría calor como la primera vez que lo
vio y no tendría que irse. Aunque sabía que sus padres no solían equivocarse. Por
tanto, se puso un poco triste, pero al salir y ver a Topi se dio cuenta de que
nada de lo que le habían contado sus padres había ocurrido y volvió a sonreír.
Pasaron algunos días más, se le había olvidado lo que le
dijeran sus padres porque todas las mañanas encontraba a su amigo esperándole:
se saludaban, le daba de comer, jugaban con los amigos. Transcurría el tiempo y
ellos permanecían acompañados el uno del otro.
Un día, al levantarse, se acercó a la ventana, como siempre,
pero no vio a Topi.
Miró hacia el árbol y no estaba, no había ningún otro pájaro
por allí, el cielo se había teñido de blanco, como para nevar.
Esperó un rato más y Topi no llegó.
-Mamá, papá –gritó compungido.
-Buenos días, pequeño, ¿qué ocurre? –dijo su madre.
-Topi no está, ¿dónde está?
-Se habrá marchado, empezará pronto a nevar, en el invierno
no puede quedarse, vendrá después.
-Ya no jugaré con él, ¿quién lo cuidará?
-Él sabe cuidarse, -le dijo su padre.
Bruno lloraba, sollozaba tristemente. La madre lo abrazó.
-Mi pequeño, no te preocupes, volverá, sólo tienes que
esperar a que llegue la primavera. Y corroboró el padre acariciando al niño.
-Vosotros nunca os equivocáis. ¿Verdad, papá?, ¿verdad,
mamá?
Salió de casa, esta vez no llevó miguitas en la mano ni la
extendió al salir para que comiera su amiguito, ya no estaba por allí.
Para Bruno fue un largo y duro invierno, todas las mañanas
se asomaba al exterior por si hubiera vuelto Topi y pensaba muchas veces: “¿Cuándo
llegará la primavera?”
El invierno le parecía interminable.
Empezó a hacer menos frío, los días eran más largos. Bruno
sabía, por lo que le habían dicho sus padres, que ya estaba cerca la primavera,
que Topi podría volver de un momento a otro. Y todos los días miraba varias
veces por los lugares que solía encontrar a su viejo amigo.
¡Hacía ya tanto tiempo! –pensó.
Una mañana, se despertó de pronto, oyó el canto de un pájaro
en el exterior. Se tiró de un gran salto de la cama y se dirigió a la ventana
emocionado de alegría.
-¡Ha vuelto Topi!, ¡ha vuelto Topi!... ¡Mamá, papá… he
reconocido su canto!
M. Godúver
1 comentario:
El cuento es tierno y precioso y la ilustración me encanta.
Enhorabuena a las dos, escritora y dibujante.
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